CERREMOS FILAS COMO UN EJÉRCITO EN ORDEN DE BATALLA, UNA BATALLA DE PAZ Y ALEGRÍA.








OREMUS PRO BEATISIMO PAPA FRANCISCUS.

OREMUS PRO BEATISIMO PAPA FRANCISCUS DOMINUS CONSERVET EUM, ET VIVÍFICET EUM, ET BEATUM FACIAT EUM IN TERRA, ET NON TRADAT EUM IN ANIMAM INIMICORUM EIUS. (Enchiridion Indulgentiarum) "Diariamente ha de ocupar un lugar de primer orden en nuestras oraciones la persona del Romano Pontífice, su tarea en servicio de la Iglesia universal, la ayuda que le pestan sus colaboradores más inmediatos... porque es abrumador el peso que, con solicitud paterna, ha de llevar sobre sí el Vicario de Cristo: si onsideramos en la presencia de Dios, si advetimos -no es dificil, al conocer comentarios de la prensa laicista, de otros medios de comunicación, etc.- la resistencia conque le combaten los enemigos de la fe; si conocemos la presión de los que abominan del afán apostólico de los cristianos y se oponen a la tarea evangelizadora que impulsa constantemente el Papa, pediremos fervientemente al Señor que conserve al Romano Pontífice, que lo vivifique con su aliento divino, que lo haga santo y lo llene de sus dones, que lo proteja de modo especialísimo" (Francisco Fernández Carbajal: Hablar con Dios, Tomo III, Ediciones Palabra, Madrid 1988, p. 380)
PAPA EMÉRITO BENEDICTUS XVI Joseph Ratzinger 19.IV.2005 - 28.II.2013

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Recoleta, Capital Federal, Argentina
Historiador. Profesor Titular de Historia de la Cultura y del Derecho en el Seminario de Historia del Derecho del Doctorado en Ciencias Jurídicas y en la Carrera de Abogacía en la Pontificia Universidad Católica Argentina y Profesor Titular de Historia Constitucional Argentina en la UCALP:

domingo, 15 de febrero de 2009

El pecado es la verdadera impureza del corazón que nos aleja de Dios, dice el Papa


FOTO ACI PRENSA

CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 15 de febrero de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención que pronunció Benedicto XVI este domingo a mediodía, al dirigir la oración mariana del Ángelus junto a varios miles de peregrinos congregados, en la plaza de San Pedro del Vaticano.
* * *
Queridos hermanos y hermanas:
En estos domingos, el evangelista san Marcos ha presentado a nuestra reflexión una secuencia de varias curaciones milagrosas. Hoy nos presenta una sumamente particular: la de un leproso sanado, quien se acercó a Jesús y, de rodillas, le suplicó: "Si quieres, puedes limpiarme" (Cf. Marcos 1,40-45). Él, conmovido, le tendió la mano, le tocó y le dijo: "Quiero; queda limpio". Instantáneamente se verificó la curación de ese hombre, a quien Jesús le pidió que no revelara lo sucedido, y que se presentara a los sacerdotes para ofrecer el sacrificio prescrito por la ley de Moisés.
Aquel leproso curado, por lo contrario, no logró guardar silencio, es más, proclamó a todos lo que le había sucedido, de manera que, según refiere el evangelista, acudían a Jesús aún más enfermos de todas las partes, hasta obligarle a quedarse fuera de las ciudades para no ser asediado por la gente.
Jesús le dijo al leproso: "queda limpio". Según la antigua ley judía (Cf. Levítico 13-14), la lepra no era considerada sólo como una enfermedad, sino como la forma más grave de "impuridad". Les correspondía a los sacerdotes diagnosticarla y declarar inmundo al enfermo, quien tenía que ser alejado de la comunidad y quedarse fuera de los poblados, hasta que tuviera lugar una eventual y certificada curación. Por este motivo, la lepra constituía una especie de muerte religiosa y civil, y su curación una especie de resurrección. En la lepra es posible entrever el símbolo del pecado, que es la verdadera impureza del corazón, capaz de alejarnos de Dios. La enfermedad física de la lepra no nos separa de Él, como preveían las antiguas normas, sino la culpa, el mal espiritual y moral. Por este motivo, el salmista exclama: "Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado". Y luego dirigiéndose a Dios, añade: "Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: 'confesaré al Señor mi culpa', y tú perdonaste mi culpa y mi pecado" (Salmo 31/32,1.5).
Los pecados que cometemos nos alejan de Dios y, si no se confiesan humildemente confiando en la misericordia divina, llegan a producir la muerte del alma. Este milagro reviste, por tanto, un intenso significado simbólico. Jesús, como había profetizado Isaías, es el Siervo del Señor, quien "cargó con nuestras dolencias y soportó nuestros dolores" (Isaías 53,4). Con su pasión, se convertirá como en un leproso, impuro por nuestros pecados, separado de Dios: todo esto lo hará por amor, con el objetivo de alcanzarnos la reconciliación, el perdón y la salvación. En el Sacramento de la Penitencia Cristo crucificado y resucitado, a través de sus ministros, nos purifica con su misericordia infinita, nos restituye la comunión con el Padre celestial y, con los hermanos, nos ofrece el don de su amor, de su alegría y de su paz.
Queridos hermanos y hermanas: invoquemos a la Virgen María, a quien Dios preservó de toda mancha de pecado, para que nos ayude a evitar el pecado y a recurrir frecuentemente a su sacramento de la confesión, el sacramento del perdón, que hoy debe ser descubierto aún más en su valor y en su importancia para nuestra vida cristiana.
[Al final de la audiencia, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española presentes en esta oración mariana, y a los que se unen a ella a través de la radio y la televisión. Os invito a acoger la exhortación del apóstol san Pablo de hacerlo todo, más que por el propio interés, para la gloria de Dios y el bien de los demás, siguiendo así el ejemplo de Cristo. Nos acompaña en este camino la intercesión maternal de María Santísima, siempre dócil a la voluntad del Señor. Feliz domingo.
[Traducción del original en italiano de Jesús Colina
© Copyright 2009 - Libreria Editrice Vaticana]

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