CERREMOS FILAS COMO UN EJÉRCITO EN ORDEN DE BATALLA, UNA BATALLA DE PAZ Y ALEGRÍA.








OREMUS PRO BEATISIMO PAPA FRANCISCUS.

OREMUS PRO BEATISIMO PAPA FRANCISCUS DOMINUS CONSERVET EUM, ET VIVÍFICET EUM, ET BEATUM FACIAT EUM IN TERRA, ET NON TRADAT EUM IN ANIMAM INIMICORUM EIUS. (Enchiridion Indulgentiarum) "Diariamente ha de ocupar un lugar de primer orden en nuestras oraciones la persona del Romano Pontífice, su tarea en servicio de la Iglesia universal, la ayuda que le pestan sus colaboradores más inmediatos... porque es abrumador el peso que, con solicitud paterna, ha de llevar sobre sí el Vicario de Cristo: si onsideramos en la presencia de Dios, si advetimos -no es dificil, al conocer comentarios de la prensa laicista, de otros medios de comunicación, etc.- la resistencia conque le combaten los enemigos de la fe; si conocemos la presión de los que abominan del afán apostólico de los cristianos y se oponen a la tarea evangelizadora que impulsa constantemente el Papa, pediremos fervientemente al Señor que conserve al Romano Pontífice, que lo vivifique con su aliento divino, que lo haga santo y lo llene de sus dones, que lo proteja de modo especialísimo" (Francisco Fernández Carbajal: Hablar con Dios, Tomo III, Ediciones Palabra, Madrid 1988, p. 380)
PAPA EMÉRITO BENEDICTUS XVI Joseph Ratzinger 19.IV.2005 - 28.II.2013

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Recoleta, Capital Federal, Argentina
Historiador. Profesor Titular de Historia de la Cultura y del Derecho en el Seminario de Historia del Derecho del Doctorado en Ciencias Jurídicas y en la Carrera de Abogacía en la Pontificia Universidad Católica Argentina y Profesor Titular de Historia Constitucional Argentina en la UCALP:

domingo, 19 de octubre de 2008

CAMINOS DE CONCORDIA





Autor: Juan Manuel Mora
Vicerrector de Comunicación
Universidad de Navarra

Fecha: 12 de octubre de 2008

Publicado en: Diario de Noticias


El Código Da Vinci

En mayo de 2006 se estrenó la versión cinematográfica de El Código Da Vinci, en medio de un gran despliegue publicitario. Durante los tres años anteriores, la novela de Dan Brown había vendido millones de copias y constituyó un fenómeno editorial de grandes dimensiones.


La trama del Código posee los típicos elementos del thriller: acción, intriga, misterio. El relato de Dan Brown tiene un punto de partida: desde el siglo IV, la Iglesia habría ocultado la verdad sobre Jesucristo, destruido los verdaderos evangelios y negado que Jesús tuvo descendencia con la Magdalena. A lo largo de la historia sólo algunos “illuminati” llegaban al conocimiento de la verdad, mientras que la Iglesia oficial intentaba impedirlo por todos los medios. En nuestros días, el “brazo armado” con el que la Iglesia persigue a los iluminados sería el Opus Dei, que en la novela aparece como organización criminal y sin escrúpulos.


Uno de los aspectos más relevantes de El Código Da Vinci es su forma de mezclar ficción y realidad. En efecto, la trama utiliza elementos reales (nombres, fechas, lugares), y los combina con otros de ficción. Esto no tiene nada de extraño, si quedase claro mediante un correcto “pacto de lectura”. Pero Dan Brown utiliza una calculada ambigüedad, las fronteras se difuminan y el lector al final no sabe a qué atenerse. Este recurso tampoco tendría más trascendencia, si no fuese porque Brown pone nombre y apellidos reales a sus mafias inventadas. De ese modo, la mezcla de ficción y realidad se vuelve explosiva.


Según los resultados de una encuesta realizada en Gran Bretaña, casi dos tercios de los lectores del Código creían que el contenido de la novela era cierto (y por tanto, que los evangelios eran falsos, que Jesús tuvo hijos con la Magdalena, etc.).


Con estos datos, no es de extrañar que la controversia que se planteó alrededor del Código ocupase amplio espacio en los medios de comunicación de numerosos países. En el centro del debate se encontraba el tema de la responsabilidad de los autores de obras de ficción. Con sus trabajos crean estereotipos, originan movimientos de opinión y provocan emociones. Los periodistas también lo hacen, pero el trabajo de los informadores es juzgado con otros parámetros: no pueden mezclar ficción y realidad, ni acusar sin fundamento.


En definitiva, los problemas planteados por el Código venían a recordar que la libertad de expresión, la libertad de creación, la libertad de crítica, propias de las sociedades democráticas, son compatibles con la responsabilidad y con el respeto mutuo.


El Código de Fesser

El caso de Camino es distinto de El Código Da Vinci, pero existen algunas semejanzas: trata también asuntos que afectan a la Iglesia y a los católicos; el malo de la película tiene nombre y apellidos; y mezcla ficción y realidad de forma potencialmente explosiva.


Camino se inspira en la vida de Alexia González-Barros, adolescente madrileña que falleció de cáncer en 1985, con apenas 15 años. La Archidiócesis de Madrid ha iniciado su causa de canonización. Alexia fue tratada de su enfermedad en la Clínica de la Universidad de Navarra, donde transcurrió largos meses, rodeada del cariño de sus padres y hermanos y de la atención del personal sanitario. Después de 1985 fallecieron también sus padres. Actualmente viven cuatro hermanos.


A partir de la vida de Alexia se construye el guión. En síntesis, la película mantiene el envoltorio, pero modifica totalmente la sustancia: parece verdadera, pero es pura ficción. En la imaginación de los autores, Alexia es una niña que vive en un ambiente opresivo, creado por el Opus Dei y encarnado de forma muy aguda en la figura de la madre. Toda la historia del dolor de Alexia y del afecto de su familia está convertida en algo completamente distinto, en un caso de fanatismo religioso, atrofia de sentimientos y actitud masoquista ante el dolor. En el trasfondo, emerge una intención perversa: el Opus Dei pretendería aprovechar la enfermedad de la niña para construir una causa de canonización, con fines de proselitismo.


Cualquier persona normal que vea la película siente, como han dicho los críticos, una patada en el estómago, un choque emocional, un rechazo radical, una experiencia perturbadora e inolvidable. No puede ser de otra manera: un creyente, un católico, un miembro del Opus Dei sienten la misma repugnancia ante la falta de humanidad que narra la película.


De acuerdo con las declaraciones de los que han intervenido, el guión está escrito desde la increencia. El director ha declarado en diferentes ocasiones que no comparte la visión religiosa de la vida y no comprende la actitud cristiana ante la muerte. Quizá por esa razón, los personajes que aparecen en la película como creyentes son malos sin mezcla de virtud; y los que no tienen fe son buenos sin sombra de defecto. El resultado es un cuadro en blanco y negro, un enfoque que algunos han calificado de maniqueo, y que no fomenta precisamente la tolerancia.


La orientación religiosa de los autores merece todo el respeto. Sin embargo, no sería honrado silenciar un grave problema moral que plantea la película: Camino, como El Código Da Vinci, mezcla realidad y ficción, o más bien presenta la ficción como si fuera historia. Los espectadores salen de la proyección convencidos de que han visto algo que ha sucedido realmente. Por eso la repulsión de los espectadores es doble: les impresiona el relato y les horroriza pensar que es verdadero.


La familia ya ha expresado su dolor por el tratamiento que se hace de sus personas queridas. No es difícil imaginar los sentimientos de los hijos, cuando vean la imagen de su madre maltratada en las salas de cine de toda España. El Opus Dei ha publicado también una breve declaración, donde recuerda que, en esta película, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Tampoco es difícil imaginar los sentimientos de quien se ve retratado de forma repulsiva.


Cambio de paradigma

El Código de Brown y el Camino de Fesser confirman, cada uno a su modo, que es difícil explicar y no es fácil entender la experiencia religiosa en un mundo que vive como si Dios no existiese. De hecho, algunos quieren ver en estos ejemplos la expresión de un choque de culturas entre el Vaticano y Hollywood, entre los católicos y la sociedad secularizada.


El paradigma del “choque de civilizaciones” se ha extendido en el ámbito de la política internacional, con consecuencias muy negativas. Aplicar ese mismo esquema a la “cuestión religiosa” de las sociedades occidentales, puede incrementar los niveles de agresividad. Basta ver algunos blogs donde ciertos partidarios del Camino de Fesser escriben que ya era hora de sacudir duro a esta Iglesia de pedófilos y ladrones; y donde ciertos adversarios responden con insultos simétricos.


En nuestro país, las controversias suelen ser subidas de tono. Algunos programas de televisión y algunos debates parlamentarios recuerdan aquellos chistes de Mingote, donde se ve a dos hombres primitivos “iniciar conversaciones”, con el garrote preparado detrás de la espalda. Por desgracia, esto sucede también en las controversias religiosas. Con frecuencia, las discusiones están contaminadas de la dialéctica política, por la cual, si yo quiero ganar, tú tienes que perder (las elecciones, las votaciones). En realidad, los términos de un debate de tema religioso deberían ser muy distintos: yo no gano si tú pierdes; sólo gano si me explico, si te entiendo, si me entiendes.


En otras democracias, la religión es un elemento transversal, común a personas que simpatizan con formaciones políticas de todas las tendencias. Esta transversalidad es muy saludable para la religión y para la política, y libera los debates religiosos de la dialéctica de la confrontación. En esas condiciones, el paradigma del conflicto puede ser sustituido por el del diálogo.


Otro aspecto interesante de El Código Da Vinci fue las reacciones que provocó entres los cristianos. Cuando alguien siente un golpe, tiene dos reacciones instintivas: encogerse y defenderse. En este caso, ante lo que se percibe como un golpe moral (un retrato falso e injusto), el instinto llevaría a cerrarse y a enfadarse. Sin embargo, la reacción común de los católicos ante El Código Da Vinci fue abierta y serena.


En primer lugar, abierta. Ante una ficción que es falsa no hay más respuesta que la realidad: “Ven y verás”. Decía Mark Twain que cuando la verdad está todavía calzándose las botas, la mentira ya ha dado la vuelta al mundo. La mentira corre mucho, pero se desmiente sola. La verdad se impone por sí misma, sin gritos ni violencia, sino por su propia fuerza interior. Por eso, la respuesta más acertada es abrir las puertas y ofrecer información.


Y en segundo lugar, serena. Dos no pelean si uno no quiere. Ante un retrato injusto, es importante mantener la capacidad de diálogo, sin adoptar actitudes defensivas ni victimistas. Para romper el paradigma de la confrontación, hay que responder con respeto, también a quien consideramos que no nos respeta.


Insisto en que estas consideraciones se escriben desde la convicción de la importancia de la libertad de expresión, de la libertad creativa y de la libertad de crítica. Las personas y las instituciones con dimensión pública han de asumir con humildad sus errores y aceptar el público escrutinio. Pero todos tienen derecho a ser criticados con veracidad y respeto.


Una escritora africana define la madurez como la capacidad de darse cuenta de que podemos herir a los demás. La madurez ayuda a recorrer juntos caminos de concordia.

(Juan Manuel Mora es autor del libro “La Iglesia, el Opus Dei y el Código Da Vinci”, de próxima aparición)
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sábado, 18 de octubre de 2008

BENEDICTUS XVI



OREMUS PRO BEATISIMO PAPA BENEDICTUS XVI
DOMINUS CONSERVET EUM, ET VIVÍFICET EUM, ET BEATUM FACIAT EUM IN TERRA, ET NON TRADAT EUM IN ANIMAM INIMICORUM EIUS

UN BARCO ABORTORIO HOLANDES EN VALENCIA






Valencia, octubre 2008. Una nueva concentración contra el barco de la muerte está prevista el domingo 19, a las 11:00 (once de la mañana) ante el edificio "Veles e Vents" del Puerto de Valencia, coincidiendo con la visita pública organizada al barco-abortorio "Menina" por los asesinos de "Women on Waves" y sus cómplices.



Valencia, 17 octubre 2008. La concentración que FARO había anunciado ante la Estación del Norte de Valencia tuvo lugar, a pesar de las medidas policiales contra los anti abortistas, pues el Gobierno se está volcando en proteger a los abortistas holandeses de "Women on Waves", a pesar de que estén vulnerando con ostentación la legislación vigente e interfiriendo con descaro en los asuntos internos de España.

Ya a la salida de la sede de Jóvenes Provida, la Guardia Civil identificó a los primeros manifestantes anti abortistas y los siguió en su recorrido hacia la plaza de toros, donde un cordón policial les cortó el paso. Allí se reunió un centenar de defensores de los no nacidos, frente a una treintena de abortistas quienes, animados por la protección policial, procedieron a provocar a los pro vida y a intentar causar enfrentamientos.

Las feministas que participaban en la mini manifestación pro muerte en la Estación del Norte, repartieron cajas de fósforos con el lema "La única iglesia que ilumina es la que arde. ¡Contribuya!" y la imagen de una iglesia en llamas. La impunidad los anima a la provocación; la izquierda parece empeñada en desatar la persecución abierta contra los cristianos.

Tras una hora, los anti abortistas regresaron a la sede de Jóvenes Pro Vida y a continuación se dirigieron al edificio portuario "Veles e Vents", a reunirse en oración por las víctimas del aborto.

Estas concentraciones contra el aborto cuentan con el pleno apoyo de las Juventudes Tradicionalistas. FARO dispondrá dentro de unas horas de fotografías de las mismas en el área Fotos de nuestras páginas para suscriptores.

Se han presentado demandas penales contra la ONG holandesa "Women on Waves" y contra la constelación de micro asociaciones feministas e izquierdistas que colaboran en ese montaje abortista. Entre esas asociaciones figura una autodenominada "Católicas por el Derecho a Decidir", sin apenas miembros pero con decidida vocación de confundir y escandalizar, contra la que sorprende que el Arzobispado de Valencia no haya tomado aún medidas canónicas.

Para hacer llegar su protesta e indignación ante las administraciones implicadas (números de teléfono y fax, correo electrónico y formularios de contacto en sus webs):

Autoridad Portuaria de Valencia: http://www.valenciaport.com/
Ayuntamiento de Valencia: http://www.valencia.es/
Comunidad Autónoma de Valencia: http://www.gva.es/
Capitanía Marítima / Comandancia Naval de Valencia: teléfono 963230865


Recursos contra el aborto en las páginas para suscriptores de FARO, áreas Marcadores, Archivos y Fotos. Despachos anteriores de FARO sobre el mismo asunto en el área Mensajes

domingo, 12 de octubre de 2008

EL DIA DE LA HISPANIDAD


Hoy 12 de octubre Fiesta de Nuestra Señora del Pilar celebramos un nuevo aniversario del día de la Raza, la Fiesta de la Hispandad, del día en que Cristobal Colón descubrió América. Este magnífico acontecimiento se debió a la resolución y firmeza de una mujer S.A.R.Isabel de Castilla, Emperatriz de la Cristiandad, la historia maestra de vida, nos muestra una vez màs que la mujer ha ocupado a lo largo de la hisroria un papel preponderante por más que se afanen en decir lo contrario los que buscan politizar a través de mitos sus insastifacciones personales. Castilla siempre estuvo a la vanguardia. ¿Porque sino los iberoamericanos somos deudores del derecho castellano, de la lengua castellana? Isabel de Castilla creyó en Cristobal Colón y hoy gacias a ellos podemos escribir estas palabras y rezar a Dios y a la Virgen. Hoy es un día de Fiesta y de Gratitud. Un día que debe llenarnos de orgullo. Un día para reflexionar sobre el coraje, la valentía y el afan misionero de esos subditos de Castilla que llegaron a estas tierras y se quedaron. La Nacion Argentina es heredera de esta gesta que nos da sentido de Patria unidad de origen y de destino.

sábado, 11 de octubre de 2008

EL SIERVO DE DIOS PIO XII Y LA SANA DEMOCRACIA



"Una sana democracia, fundada sobre los inmutables principios de la ley natural y de las verdades reveladas, será resueltamente contraria a aquella corrupción que atribuye a la legislaciòn del Estado un poder sin freno ni límites y que hace del régimen democrático, a pesar de las contrarias y vanas apariencias, un puro y simple sistema del absolutismo"
PIO XII Benignitas et Humanitas Mensaje de Navidad de 1944.

EL PAPA BENEDICTO XVI DEBE BEATIFICAR AL SIERVO DE DIOS PIO XII



La intervención de Shear-Yashuv Cohen, el gran rabino de Haifa, Israel, durante el sínodo de obispos, nos provocó un gran malestar al atacar a Pío XII por "no levantar su voz para salvar a nuestros hermanos", y al criticar al Vaticano por el proceso de beatificación en curso. La primera idea idea espontáea que nos brota es afirmar que de las tres religiones monoteistas más importantes el cristianismo es superior, pero gracias a Dios Uno y Trino no todos los judíos piensan como el antes mencionado, no podemos ni remomatemente considerar un acto de ignorancia, sí de imprudencia y si avanzamos un poco más de mala fe. El gran rabino de Haifa no puede desconocer las siguientes opiniones:William Visser t´Hooft, secretario del Consejo Ecuménico de las Iglesias, escribe en sus memorias publicadas en Londres en 1973 : “Era extraña la situación en 1942 y 1943, muchas gentes en Alemania, en los países ocupados, en los países neutros y aliados oyeron hablar de la matanza en masa. Pero la información quedaba sin efecto, porque parecía demasiado improbable […]. Es posible no querer convencerse de los hechos, porque uno se siente incapaz de hacer frente a las aplicaciones de esos hechos”.
En 1945 el gran rabino Zolli, después de una visión de Jesucristo, se convirtió y toma el nombre, igual que su esposa, de Pío XII, Eugenio y Eugenia, “en señal de agradecimiento a la institución y a la persona que les había salvado la vida”, escribirá el rabino Barry Dove Schwarz en 1964.
En 1956, en el ochenta aniversario del Papa, los judíos se mostraron generosos en una colecta que reunirá ochocientos mil marcos. Pero es en el momento de su muerte cuando algunos protestantes comienzan la vituperación a su persona con toda clase de acusaciones.
Con toda evidencia, “Pío XII habló, Pío XII condenó, Pío XII actuó”, como escribía el 3 de enero de 1964 el P. Riquet, que fue deportado a Dacha. Intervino de diversas maneras. Dio refugio a judíos perseguidos –unos 860.000- pero no lanzó el grito. Muchos episcopados le pidieron en ocasiones que callara, pues cada vez que ellos mismos hablaban las consecuencias eran dramáticas. En realidad, cerca de seis millones de judíos murieron, sin contar gitanos y cristianos de Europa, de los que, llamativamente, no se habla nunca, como si su martirio no contara.
Actuó, es innegable. En realidad, no sabía ya que más hacer, atrapado en su deseo de intervenir públicamente, pero a qué precio. Prefirió salvar a los judíos que pudiese que lavar su cara ante la conciencia internacional. Era un pastor, no un político.
En 1958, cuando se entera de la muerte de Pío XII, Golda Meir, entonces ministra de asuntos exteriores de Israel, declara en la tribuna de la ONU: “Lloramos a un gran defensor de la paz […]. Durante los diez años del terror nazi, cuando nuestro pueblo sufrió un martirio espantoso, la voz del papa se elevó para condenar a los verdugos y para expresar su compasión hacia las víctimas”.
El gran rabino Elio Toaff, que un cuarto de siglo después acogerá a Juan Pablo II en la sinagoga de Roma, declarará : “Los judíos recordarán siempre lo que la Iglesia católica ha hecho por ellos, por orden del Papa, en medio de las persecuciones raciales. Cuando la guerra mundial hacía estragos, Pío XII se pronunció a menudo para denunciar la falsa ideología de las razas”.
En cuanto a Einstein, confesará en una declaración publicada por Time Magazine el 23 de diciembre de 1940, p. 40: “La Iglesia católica fue la única iglesia que levantó la voz contra el asalto llevado a cabo por Hitler contra la libertad. Hasta entonces, la Iglesia nunca había llamado mi atención, pero hoy expreso mi gran admiración y mi profundo aprecio por esta Iglesia que, sola, tuvo el valor de luchar por las libertades morales y espirituales”.
Haber callado, esto es lo que se le reprocha a Pío XII. “Hubo algo más alarmante que los silencios de Pío XII: los silencios sobre Pío XII”, escribe con acierto Alexis Curvers.
Pinchas Lapide, antiguo cónsul de Israel en Milán, uno de los fundadores del primer kibutz americano en las montañas de Gilboé, que dirigirá el servicio de prensa del gobierno israelita, autor de un ensayo El vicario y la verdad, estima que entre ciento cincuenta mil y cuatrocientos mil judíos fueron salvados de una muerte segura “por el Papa personalmente, la Santa Sede, y toda la Iglesia católica”. Añade: “Pío XII hizo todo lo que pensaba que podía hacer, conociendo profundamente sus propias limitaciones en esta materia”.
Según Lapide, Israel podría plantar, a la memoria de Pío XII, un bosque de ochocientos sesenta mil árboles.
Lapide es uno de los investigadores que han estudiado la actitud de Pío XII respecto a los judíos. Cuando se desencadenó la polémica a raíz de la publicación en 1963 de la obra de Rolf Hochhuth El Vicario, Pinchas Lapide saltó a la palestra con su libro Roma y los judíos (Rom und die Juden, Hesse, Fuldabrück (1997). Poco antes de su fallecimiento en 1997 y con motivo de la reedición
del libro, hizo unas declaraciones, junto con su mujer Ruth, historiadora y experta en judaísmo, a la revista alemana PUR-Magazin
(mayo 1997).
Lapide destaca allí que "Hochhuth no disponía de nuevas fuentes que no fuesen ya conocidas por otros historiadores. Con su mezcla de verdad y ficción confundió a la gente y creó prejuicios injustos contra el Papa". Los reproches a Pío XII son "una simplificación y en parte calumnias".
En la persecución de los judíos se suele plantear la cuestión de hasta qué punto los siglos de antijudaísmo influyeron en la falta de reacción de muchos ante el Holocausto. Lapide señala, por su parte, el caldo de cultivo de las acusaciones de Hochhuth: "Detrás del pensamiento de Hochhuth hay más de 500 años de antipapismo". De este modo, "el libro de Hochhuth es una especie de caricatura hecha por un protestante, más o menos practicante, a partir de lo que siempre le han contado de lo que son los Papas".

En la entrevista, Lapide recuerda que Pío XII, cuando todavía era el nuncio Pacelli en Múnich, había contribuido durante la Primera Guerra Mundial a salvar judíos en Palestina. En 1917, el turco Dachomal- Pascha había planeado una masacre de los judíos en Palestina, como se había hecho con los armenios. El asunto llegó a conocimiento de Mons. Pacelli, quien habló con las autoridades de Múnich para que intervinieran en Berlín en favor de los judíos. Entonces los alemanes tenían estrechas relaciones con los musulmanes otomanos. Las instrucciones pertinentes llegaron al general alemán Von Valkenhayn en Jerusalén, y así se pudo evitar la masacre.

Y durante la II Guerra Mundial, ¿hizo mucho Pío XII por los judíos? "Sí -responde Lapide-. En cualquier caso, más que cualquier
otra iglesia cristiana o institución de la Europa de entonces, ya sea del Este o del Oeste". Su mujer Ruth corrobora: "Las Iglesias
evangélicas, el Comité Internacional de la Cruz Roja, hicieron infinitamente menos de lo que hizo Roma para salvar judíos".

Lapide apostilla que también de Pío XII se puede decir que podría haber hecho más. Pero las graves acusaciones contra él
son "calumnias". Lapide recuerda que, poco antes de la Navidad de 1944, estuvo más de una hora con Pío XII. Entre otras cosas, le
dijo: "Señor Lapide, estoy seguro de que en el futuro se pensará que yo podía haber hecho más, y claro que podía haberlo hecho. Pero lo que he hecho por salvar judíos, es una realidad".

Así lo reconocieron los judíos nada más acabar la guerra y después. De hecho, Lapide manifiesta que escribió su obra "a partir de citas de judíos y de testimonios de víctimas que se salvaron: mis pruebas son de los que sufrieron y están por encima de cualquier sospecha". Y advierte que la crítica judía contra Pío XII no comenzó hasta la publicación de la obra de Hochhuth.

Al acabar la guerra y hasta la muerte de Pío XII, las organizaciones y personalidades judías sólo tuvieron palabras de elogio para la actuación del Papa. El documento ahora publicado por la Santa Sede recuerda en una nota algunos testimonios de judíos que vivieron personalmente el Holocausto.

Por ejemplo, el 7 de septiembre de 1945, Giuseppe Nathan, comisario de la Unión de Comunidades Judías Italianas, declaraba su "homenaje de agradecimiento al Sumo Pontífice, a los religiosos y a las religiosas que, siguiendo las directrices del Papa, no han visto en los perseguidos más que hermanos, y con valor y abnegación han realizado una acción inteligente y eficaz para socorrernos, a pesar de los gravísimos peligros a los que se exponían". El 21 de septiembre de 1945, Pío XII recibió en audiencia a Leo Kubowitzki, secretario general del Congreso Judío Mundial, quien le manifestó su "más sentido agradecimiento por la acción realizada por la Iglesia católica a favor del pueblo judío en toda Europa durante la guerra".
Por su parte, Joël- Benoît d´Onorio, profesor de la universidad de Aix-Marsella, apunta que en 1945 el congreso de las comunidades israelitas de Italia dirigió a Pío XII un mensaje de gratitud por su acción protectora. En 1946 setenta y ocho rescatados de la deportación fueron a Roma a darle las gracias. En 1955 noventa y cuatro músicos judíos, originarios de catorce países dieron un concierto en el Vaticano en agradecimiento “por la obra humanitaria grandiosa llevada a cabo por Su Santidad sirviendo a un gran número de judíos durante la segunda guerra mundial”.
El senador Levi, en agradecimiento por todo lo que Pío XII había hecho por los judíos, sobre todo por los que había permitido que se enrolaran en la guardia suiza, dona un palacio que hoy alberga la nunciatura apostólica en Roma.
Se podrían mencionar miles de casos más, anónimos, que no están en los libros de hombres, sino en el libro de la vida. Sea como fuera, no podemos olvidar, no debemos olvidar, que la Iglesia católica y su cabeza visible, no tuvo reparo alguno en estigmatizar el nazismo, denunciarlo, y ocultar aún a riesgo propio, a miles de perseguidos. No todo el mundo puede decir lo mismo. El que esté libre de pecado….; y aquí es donde está el quid de la cuestión del origen de la leyenda contra Pío XII, la conciencia de muchos no soportaba su parte de culpa, y proyectó toda esa mala conciencia contra Pío XII.
Junto al clamor del Papa Benedicto XVI invitamos a rezar "para que prosiga felizmente la causa de beatificación del siervo de Dios Pío XII"

jueves, 9 de octubre de 2008

EL PAPA BENEDICTO XVI RECORDÔ AL SIERVO DE DIOS S.S. PIO XII AL CUMPLIRSE EL CINCUENTENARIO DE SU PARTIDA AL CIELO (versión español)




CIUDAD DEL VATICANO, 9 OCT 2008 (VIS).-El Papa presidió esta mañana en la basílica vaticana una concelebración eucarística con los cardenales con motivo del 50 aniversario de la muerte de Pío XII.



El Santo Padre, refiriéndose a las lecturas de la Misa, señaló que el Sirácida "recuerda a cuantos quieren seguir al Señor que deben prepararse a afrontar pruebas, dificultades y sufrimientos" y que a la luz de ese texto bíblico "podemos entender la existencia terrenal" de Pío XII y su ministerio pontifical, llevado a cabo en los años de la Segunda Guerra Mundial, de la postguerra y de la "guerra fría".



Benedicto XVI habló del largo servicio a la Iglesia de Pío XII, iniciado en 1901 bajo León XIII y proseguido con San Pío X, Benedicto XV y Pío XI.



"En Alemania, donde fue nuncio apostólico (...) hasta 1929 -dijo el Papa- dejó tras de sí un grato recuerdo, sobre todo por haber colaborado con Benedicto XV en el intento de parar "la masacre inútil" de la I Guerra Mundial y por percatarse desde sus orígenes del peligro de la monstruosa ideología nacionalsocialista, con su perniciosa raíz antisemita y anticatólica. Creado cardenal en 1929, poco después pasó a ser Secretario de Estado y durante nueve años fue colaborador fiel de Pío XI en una época caracterizada por los totalitarismos: fascista, nazi y comunista soviético, condenados respectivamente en las encíclicas "Non abbiamo bisogno", "Mit Brennender Sorge" y "Divini Redemptoris".



Benedicto XVI recordó después los "momentos más difíciles del pontificado de Pío XII, cuando advirtiendo la progresiva ausencia de cualquier seguridad humana sentía con fuerza la necesidad de adherir a Cristo, la única certeza que no se desvanece. La Palabra de Dios iluminó su camino, (...) en el que (...) tuvo que consolar a los prófugos y perseguidos (...) y llorar las innumerables víctimas de la guerra".



"Esta certeza -prosiguió el Papa- acompañó a Pío XII en su ministerio de Sucesor de Pedro, iniciado cuando se cernían sobre Europa y el resto del mundo las nubes amenazadoras de un nuevo conflicto mundial que intentó evitar con todos los medios: "Inminente es el peligro, pero todavía queda tiempo. Nada se pierde con la paz. Todo puede perderse con la guerra", gritó en el mensaje transmitido por radio el 24 de agosto de 1939".



El Santo Padre señaló que "la guerra evidenció el amor que nutría por su "amada Roma", atestiguado por la intensa obra de caridad que promovió en defensa de los perseguidos, sin distinción alguna de religión, de etnia, de nacionalidad o de pertenencia política. (...) ¿Cómo olvidar el mensaje de radio transmitido en la Navidad de 1942? Con voz rota por la conmoción deploró la situación de "cientos de miles de personas que, sin culpa alguna, a veces solo por razones de nacionalidad o de estirpe, están destinadas a la muerte o a una depauperación progresiva", con una clara alusión a la deportación y al exterminio perpetrado contra los judíos".



Pío XII "actuó a menudo en secreto y en silencio precisamente porque a la luz de las situaciones concretas de ese momento histórico tan complejo, intuía que solo de esa forma podía evitar lo peor y salvar el mayor número posible de judíos".



El Papa subrayó que el debate histórico sobre la figura de Papa Pacelli “no resaltó todos los aspectos de su variado pontificado”. En este contexto recordó los numerosos mensajes y discursos a todas las categorías de personas, “algunos de los cuales conservan todavía hoy una extraordinaria actualidad y siguen siendo un punto de referencia segura. Pablo VI (...) lo consideraba un precursor del Concilio Vaticano II”.



Refiriéndose a algunos documentos de Pío XII, el Santo Padre recordó la encíclica Mystici Corporis ” (junio 1943) y la “Divino afflante Spiritu” (septiembre 1943), “que establecía las normas doctrinales para el estudio de la Sagrada Escritura , poniendo de relieve su importancia y su papel en la vida cristiana. Se trata de un documento que testimonia una gran apertura a la investigación científica sobre los textos bíblicos”.



Benedicto XVI mencionó también la encíclica “Mediator Dei”, dedicada a la liturgia (noviembre 1947), con la que “el Siervo de Dios -dijo- dio un impulso al movimiento litúrgico, insistiendo en el “elemento esencial del culto”, que “debe ser el interno: es necesario -escribía- vivir siempre en Cristo, dedicarse todo a El, para que en El, con El y por El se dé gloria al Padre”.



Tras poner de relieve “el impulso notable que este pontífice imprimió en la actividad misionera de la Iglesia con las encíclicas “Evangelii praecones (1951) y Fidei donum (1957)”, el Santo Padre resaltó que “una de sus constantes preocupaciones pastorales fue la promoción del papel de los laicos, para que la comunidad eclesial pudiese usar todas las energías y recursos disponibles. También por este motivo, la Iglesia y el mundo tienen que agradecérselo”.



“Mientras rezamos para que prosiga positivamente la causa de beatificación del Siervo de Dios Pío XII es hermoso recordar que la santidad fue su ideal, un ideal que no dejó de proponer a todos”.



El Papa concluyó recordando que durante el Año Santo de 1950 proclamó el dogma de la Asunción de la Virgen. “En este mundo nuestro, que como entonces está asediado por preocupaciones y angustias por su futuro, en este mundo, donde quizá más que antes, el alejamiento de muchos de la verdad y de la virtud deja entrever escenarios sin esperanza, Pío XII nos invita a dirigir la mirada a María asunta en la gloria celestial”.



Terminada la misa, el Santo Padre bajó a las grutas vaticanas para rezar ante la tumba de Pío XII.

HML/PIO XII/... VIS 081009 (900)


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EL PAPA BENEDICTO XVI RECORDO AL SIERVO DE DIOS S.S. PIO XII AL CUMPLIRSE EL CINCUENTENARIO DE SU PARTIDA AL CIELO





CAPPELLA PAPALE
SANTA MESSA IN OCCASIONE DEL 50° DELLA MORTE
DEL SERVO DI DIO PAPA PIO XII

OMELIA DEL SANTO PADRE BENEDETTO XVI

Basilica Vaticana
Giovedì, 9 ottobre 2008





Signori Cardinali,
venerati Fratelli nell’Episcopato e nel Sacerdozio,
cari fratelli e sorelle!

Il brano del libro del Siracide ed il prologo della Prima Lettera di san Pietro, proclamati come prima e seconda lettura, ci offrono significativi spunti di riflessione in questa celebrazione eucaristica, durante la quale facciamo memoria del mio venerato predecessore, il Servo di Dio Pio XII. Sono passati esattamente cinquant’anni dalla sua morte, avvenuta nelle prime ore del 9 ottobre 1958. Il Siracide, come abbiamo ascoltato, ha ricordato a quanti intendono seguire il Signore che devono prepararsi ad affrontare prove, difficoltà e sofferenze. Per non soccombere ad esse – egli ammonisce - occorre un cuore retto e costante, occorre fedeltà a Dio e pazienza unite a inflessibile determinazione nel proseguire nella via del bene. La sofferenza affina il cuore del discepolo del Signore, come l’oro viene purificato nella fornace. “Accetta quanto ti capita - scrive l’autore sacro – e sii paziente nelle vicende dolorose, perché l’oro si prova con il fuoco e gli uomini ben accetti nel crogiolo del dolore” (2,4).

San Pietro, per parte sua, nella pericope che ci è stata proposta, rivolgendosi ai cristiani delle comunità dell’Asia Minore che erano “afflitti da varie prove”, va anche oltre: chiede loro di essere, ciò nonostante, “ricolmi di gioia” (1 Pt 1,6). La prova è infatti necessaria, egli osserva, “affinché il valore della vostra fede, assai più preziosa dell’oro - destinato a perire e tuttavia purificato col fuoco -, torni a vostra lode, gloria e onore quando Gesù Cristo si manifesterà” (1 Pt 1,7). E poi, per la seconda volta, li esorta ad essere lieti, anzi ad esultare “di gioia indicibile e gloriosa” (v. 8). La ragione profonda di questo gaudio spirituale sta nell’amore per Gesù e nella certezza della sua invisibile presenza. E’ Lui a rendere incrollabile la fede e la speranza dei credenti anche nelle fasi più complicate e dure dell’esistenza.

Alla luce di questi testi biblici possiamo leggere la vicenda terrena di Papa Pacelli e il suo lungo servizio alla Chiesa iniziato nel 1901 sotto Leone XIII, e proseguito con san Pio X, Benedetto XV e Pio XI. Questi testi biblici ci aiutano soprattutto a comprendere quale sia stata la sorgente da cui egli ha attinto coraggio e pazienza nel suo ministero pontificale, svoltosi negli anni travagliati del secondo conflitto mondiale e nel periodo susseguente, non meno complesso, della ricostruzione e dei difficili rapporti internazionali passati alla storia con la qualifica significativa di “guerra fredda”.

“Miserere mei Deus, secundum magnam misericordiam tuam”: con questa invocazione del Salmo 50/51 Pio XII iniziava il suo testamento. E continuava: “Queste parole, che, conscio di essere immeritevole e impari, pronunciai nel momento in cui diedi, tremando, la mia accettazione alla elezione a Sommo Pontefice, con tanto maggior fondamento le ripeto ora”. Mancavano allora due anni alla sua morte. Abbandonarsi nelle mani misericordiose di Dio: fu questo l’atteggiamento che coltivò costantemente questo mio venerato Predecessore, ultimo dei Papi nati a Roma ed appartenente ad una famiglia legata da molti anni alla Santa Sede. In Germania, dove svolse il compito di Nunzio Apostolico, prima a Monaco di Baviera e poi a Berlino sino al 1929, lasciò dietro di sé una grata memoria, soprattutto per aver collaborato con Benedetto XV al tentativo di fermare “l’inutile strage” della Grande Guerra, e per aver colto fin dal suo sorgere il pericolo costituito dalla mostruosa ideologia nazionalsocialista con la sua perniciosa radice antisemita e anticattolica. Creato Cardinale nel dicembre 1929, e divenuto poco dopo Segretario di Stato, per nove anni fu fedele collaboratore di Pio XI, in un’epoca contrassegnata dai totalitarismi: quello fascista, quello nazista e quello comunista sovietico, condannati rispettivamente dalle Encicliche Non abbiamo bisogno, Mit Brennender Sorge e Divini Redemptoris.

“Chi ascolta la mia parola e crede… ha la vita eterna” (Gv 5,24). Questa assicurazione di Gesù, che abbiamo ascoltato nel Vangelo, ci fa pensare ai momenti più duri del pontificato di Pio XII quando, avvertendo il venir meno di ogni umana sicurezza, sentiva forte il bisogno, anche attraverso un costante sforzo ascetico, di aderire a Cristo, unica certezza che non tramonta. La Parola di Dio diventava così luce al suo cammino, un cammino nel quale Papa Pacelli ebbe a consolare sfollati e perseguitati, dovette asciugare lacrime di dolore e piangere le innumerevoli vittime della guerra. Soltanto Cristo è vera speranza dell’uomo; solo fidando in Lui il cuore umano può aprirsi all’amore che vince l’odio. Questa consapevolezza accompagnò Pio XII nel suo ministero di Successore di Pietro, ministero iniziato proprio quando si addensavano sull’Europa e sul resto del mondo le nubi minacciose di un nuovo conflitto mondiale, che egli cercò di evitare in tutti i modi: “Imminente è il pericolo, ma è ancora tempo. Nulla è perduto con la pace. Tutto può esserlo con la guerra”, aveva gridato nel suo radiomessaggio del 24 agosto 1939 (AAS, XXXI, 1939, p. 334).

La guerra mise in evidenza l’amore che nutriva per la sua “diletta Roma”, amore testimoniato dall’intensa opera di carità che promosse in difesa dei perseguitati, senza alcuna distinzione di religione, di etnia, di nazionalità, di appartenenza politica. Quando, occupata la città, gli fu ripetutamente consigliato di lasciare il Vaticano per mettersi in salvo, identica e decisa fu sempre la sua risposta: “Non lascerò Roma e il mio posto, anche se dovessi morire” (cfr Summarium, p.186). I familiari ed altri testimoni riferirono inoltre delle privazioni quanto a cibo, riscaldamento, abiti, comodità, a cui si sottopose volontariamente per condividere la condizione della gente duramente provata dai bombardamenti e dalle conseguenze della guerra (cfr A. Tornielli, Pio XII, Un uomo sul trono di Pietro). E come dimenticare il radiomessaggio natalizio del dicembre 1942? Con voce rotta dalla commozione deplorò la situazione delle “centinaia di migliaia di persone, le quali, senza veruna colpa propria, talora solo per ragione di nazionalità o di stirpe, sono destinate alla morte o ad un progressivo deperimento” (AAS, XXXV, 1943, p. 23), con un chiaro riferimento alla deportazione e allo sterminio perpetrato contro gli ebrei. Agì spesso in modo segreto e silenzioso proprio perché, alla luce delle concrete situazioni di quel complesso momento storico, egli intuiva che solo in questo modo si poteva evitare il peggio e salvare il più gran numero possibile di ebrei. Per questi suoi interventi, numerosi e unanimi attestati di gratitudine furono a lui rivolti alla fine della guerra, come pure al momento della morte, dalle più alte autorità del mondo ebraico, come ad esempio, dal Ministro degli Esteri d’Israele Golda Meir, che così scrisse: “Quando il martirio più spaventoso ha colpito il nostro popolo, durante i dieci anni del terrore nazista, la voce del Pontefice si è levata a favore delle vittime”, concludendo con commozione: “Noi piangiamo la perdita di un grande servitore della pace”.

Purtroppo il dibattito storico sulla figura del Servo di Dio Pio XII, non sempre sereno, ha tralasciato di porre in luce tutti gli aspetti del suo poliedrico pontificato. Tantissimi furono i discorsi, le allocuzioni e i messaggi che tenne a scienziati, medici, esponenti delle categorie lavorative più diverse, alcuni dei quali conservano ancora oggi una straordinaria attualità e continuano ad essere punto di riferimento sicuro. Paolo VI, che fu suo fedele collaboratore per molti anni, lo descrisse come un erudito, un attento studioso, aperto alle moderne vie della ricerca e della cultura, con sempre ferma e coerente fedeltà sia ai principi della razionalità umana, sia all’intangibile deposito delle verità della fede. Lo considerava come un precursore del Concilio Vaticano II (cfr Angelus del 10 marzo 1974). In questa prospettiva, molti suoi documenti meriterebbero di essere ricordati, ma mi limito a citarne alcuni. Con l’Enciclica Mystici Corporis, pubblicata il 29 giugno 1943 mentre ancora infuriava la guerra, egli descriveva i rapporti spirituali e visibili che uniscono gli uomini al Verbo incarnato e proponeva di integrare in questa prospettiva tutti i principali temi dell’ecclesiologia, offrendo per la prima volta una sintesi dogmatica e teologica che sarebbe stata la base per la Costituzione dogmatica conciliare Lumen gentium.

Pochi mesi dopo, il 20 settembre 1943, con l’Enciclica Divino afflante Spiritu stabiliva le norme dottrinali per lo studio della Sacra Scrittura, mettendone in rilievo l’importanza e il ruolo nella vita cristiana. Si tratta di un documento che testimonia una grande apertura alla ricerca scientifica sui testi biblici. Come non ricordare quest’Enciclica, mentre sono in svolgimento i lavori del Sinodo che ha come tema proprio “La Parola di Dio nella vita e nella missione della Chiesa”? Si deve all’intuizione profetica di Pio XII l’avvio di un serio studio delle caratteristiche della storiografia antica, per meglio comprendere la natura dei libri sacri, senza indebolirne o negarne il valore storico. L’approfondimento dei “generi letterari”, che intendeva comprendere meglio quanto l’autore sacro aveva voluto dire, fino al 1943 era stato visto con qualche sospetto, anche per gli abusi che si erano verificati. L’Enciclica ne riconosceva la giusta applicazione, dichiarandone legittimo l’uso per lo studio non solo dell’Antico Testamento, ma anche del Nuovo. “Oggi poi quest’arte - spiegò il Papa - che suol chiamarsi critica testuale e nelle edizioni degli autori profani s’impiega con grande lode e pari frutto, con pieno diritto si applica ai Sacri Libri appunto per la riverenza dovuta alla parola di Dio”. Ed aggiunse: “Scopo di essa infatti è restituire con tutta la possibile precisione il sacro testo al suo primitivo tenore, purgandolo dalle deformazioni introdottevi dalle manchevolezze dei copisti e liberandolo dalle glosse e lacune, dalle trasposizioni di parole, dalle ripetizioni e da simili difetti d’ogni genere, che negli scritti tramandati a mano pei molti secoli usano infiltrarsi” (AAS, XXXV, 1943, p. 336).

La terza Enciclica che vorrei menzionare è la Mediator Dei, dedicata alla liturgia, pubblicata il 20 novembre 1947. Con questo Documento il Servo di Dio dette impulso al movimento liturgico, insistendo sull’“elemento essenziale del culto”, che “deve essere quello interno: è necessario, difatti, - egli scrisse - vivere sempre in Cristo, tutto a Lui dedicarsi, affinché in Lui, con Lui e per Lui si dia gloria al Padre. La sacra Liturgia richiede che questi due elementi siano intimamente congiunti… Diversamente, la religione diventa un formalismo senza fondamento e senza contenuto”. Non possiamo poi non accennare all’ impulso notevole che questo Pontefice impresse all’attività missionaria della Chiesa con le Encicliche Evangelii praecones (1951) e Fidei donum (1957), ponendo in rilievo il dovere di ogni comunità di annunciare il Vangelo alle genti, come il Concilio Vaticano II farà con coraggioso vigore. L’amore per le missioni, peraltro, Papa Pacelli lo aveva dimostrato sin dall’inizio del pontificato quando nell’ottobre 1939 aveva voluto consacrare personalmente dodici Vescovi di Paesi di missione, tra i quali un indiano, un cinese, un giapponese, il primo Vescovo africano e il primo Vescovo del Madagascar. Una delle sue costanti preoccupazioni pastorali fu infine la promozione del ruolo dei laici, perché la comunità ecclesiale potesse avvalersi di tutte le energie e le risorse disponibili. Anche per questo la Chiesa e il mondo gli sono grati.

Cari fratelli e sorelle, mentre preghiamo perché prosegua felicemente la causa di beatificazione del Servo di Dio Pio XII, è bello ricordare che la santità fu il suo ideale, un ideale che non mancò di proporre a tutti. Per questo dette impulso alle cause di beatificazione e canonizzazione di persone appartenenti a popoli diversi, rappresentanti di tutti gli stati di vita, funzioni e professioni, riservando ampio spazio alle donne. Proprio Maria, la Donna della salvezza, egli additò all’umanità quale segno di sicura speranza proclamando il dogma dell’Assunzione durante l’Anno Santo del 1950. In questo nostro mondo che, come allora, è assillato da preoccupazioni e angosce per il suo avvenire; in questo mondo, dove, forse più di allora, l’allontanamento di molti dalla verità e dalla virtù lascia intravedere scenari privi di speranza, Pio XII ci invita a volgere lo sguardo verso Maria assunta nella gloria celeste. Ci invita ad invocarla fiduciosi, perchè ci faccia apprezzare sempre più il valore della vita sulla terra e ci aiuti a volgere lo sguardo verso la meta vera a cui siamo tutti destinati: quella vita eterna che, come assicura Gesù, possiede già chi ascolta e segue la sua parola. Amen!



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sábado, 13 de septiembre de 2008

UNA MULTITUD SIGUE EN PARIS LA SANTA MISA CELEBRADA POR EL SANTO PADRE

http://www.abc.es/20080913/internacional-europa/multitud-sigue-misa-papa-200809131729.html

BENEDICTO XVI: "EL AMIGO DE FRANCIA" SEDUCE A PARIS AFIRMA LE FIGARO


BENEDICTO XVI: "LOS ORIGENES DE LA TEOLOGIA OCCIDENTAL Y LAS RAICES DE LA CULTURA EUROPEA"





VIAJE APOSTÓLICO A FRANCIA CON OCASIÓN DEL 150° ANIVERSARIO DE LAS APARICIONES DE LOURDES(12 - 15 DE SEPTIEMBRE DE 2008)
ENCUENTRO CON EL MUNDO DE LA CULTURA EN EL COLLÈGE DES BERNARDINS
DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Viernes 12 de septiembre de 2008

Los orígenes de la teología occidental y las raíces de la cultura europea


Señor Cardenal,Señora Ministra de la Cultura,Señor Alcalde,Señor Canciller del Instituto de Francia,Queridos amigos,
Gracias, Señor Cardenal, por sus amables palabras. Nos encontramos en un lugar histórico, edificado por los hijos de san Bernardo de Claraval y que su gran predecesor, el recordado Cardenal Jean-Marie Lustiger, quiso como centro de diálogo entre la sabiduría cristiana y las corrientes culturales, intelectuales y artísticas de la sociedad actual. Saludo en particular a la Señora Ministra de la Cultura, que representa al Gobierno, así como al Señor Giscard D’Estaing y al Señor Chirac. Asimismo, saludo a los Señores Ministros que nos acompañan, a los representantes de la UNESCO, al Señor Alcalde de París y a las demás Autoridades. No puedo olvidar a mis colegas del Instituto de Francia, que bien conocen la consideración que les profeso. Doy las gracias al Príncipe de Broglie por sus cordiales palabras. Nos veremos mañana por la mañana. Agradezco a la Delegación de la comunidad musulmana francesa que haya aceptado participar en este encuentro: les dirijo mis mejores deseos en este tiempo de Ramadan. Dirijo ahora un cordial saludo al conjunto del variado mundo de la cultura, que vosotros, queridos invitados, representáis tan dignamente.
Quisiera hablaros esta tarde del origen de la teología occidental y de las raíces de la cultura europea. He recordado al comienzo que el lugar donde nos encontramos es emblemático. Está ligado a la cultura monástica, porque aquí vivieron monjes jóvenes, para aprender a comprender más profundamente su llamada y vivir mejor su misión. ¿Es ésta una experiencia que representa todavía algo para nosotros, o nos encontramos sólo con un mundo ya pasado? Para responder, conviene que reflexionemos un momento sobre la naturaleza del monaquismo occidental. ¿De qué se trataba entonces? A tenor de la historia de las consecuencias del monaquismo cabe decir que, en la gran fractura cultural provocada por las migraciones de los pueblos y el nuevo orden de los Estados que se estaban formando, los monasterios eran los lugares en los que sobrevivían los tesoros de la vieja cultura y en los que, a partir de ellos, se iba formando poco a poco una nueva cultura. ¿Cómo sucedía esto? ¿Qué les movía a aquellas personas a reunirse en lugares así? ¿Qué intenciones tenían? ¿Cómo vivieron?
Primeramente y como cosa importante hay que decir con gran realismo que no estaba en su intención crear una cultura y ni siquiera conservar una cultura del pasado. Su motivación era mucho más elemental. Su objetivo era: quaerere Deum, buscar a Dios. En la confusión de un tiempo en que nada parecía quedar en pie, los monjes querían dedicarse a lo esencial: trabajar con tesón por dar con lo que vale y permanece siempre, encontrar la misma Vida. Buscaban a Dios. Querían pasar de lo secundario a lo esencial, a lo que es sólo y verdaderamente importante y fiable. Se dice que su orientación era «escatológica». Que no hay que entenderlo en el sentido cronológico del término, como si mirasen al fin del mundo o a la propia muerte, sino existencialmente: detrás de lo provisional buscaban lo definitivo. Quaerere Deum: como eran cristianos, no se trataba de una expedición por un desierto sin caminos, una búsqueda hacia el vacío absoluto. Dios mismo había puesto señales de pista, incluso había allanado un camino, y de lo que se trataba era de encontrarlo y seguirlo. El camino era su Palabra que, en los libros de las Sagradas Escrituras, estaba abierta ante los hombres. La búsqueda de Dios requiere, pues, por intrínseca exigencia una cultura de la palabra o, como dice Jean Leclercq: en el monaquismo occidental, escatología y gramática están interiormente vinculadas una con la otra (cf. L’amour des lettres et le desir de Dieu, p. 14). El deseo de Dios, le desir de Dieu, incluye l’amour des lettres, el amor por la palabra, ahondar en todas sus dimensiones. Porque en la Palabra bíblica Dios está en camino hacia nosotros y nosotros hacia Él, hace falta aprender a penetrar en el secreto de la lengua, comprenderla en su estructura y en el modo de expresarse. Así, precisamente por la búsqueda de Dios, resultan importantes las ciencias profanas que nos señalan el camino hacia la lengua. Puesto que la búsqueda de Dios exigía la cultura de la palabra, forma parte del monasterio la biblioteca que indica el camino hacia la palabra. Por el mismo motivo forma parte también de él la escuela, en la que concretamente se abre el camino. San Benito llama al monasterio una dominici servitii schola. El monasterio sirve a la eruditio, a la formación y a la erudición del hombre –una formación con el objetivo último de que el hombre aprenda a servir a Dios. Pero esto comporta evidentemente también la formación de la razón, la erudición, por la que el hombre aprende a percibir entre las palabras la Palabra.
Para captar plenamente la cultura de la palabra, que pertenece a la esencia de la búsqueda de Dios, hemos de dar otro paso. La Palabra que abre el camino de la búsqueda de Dios y es ella misma el camino, es una Palabra que mira a la comunidad. En efecto, llega hasta el fondo del corazón de cada uno (cf. Hch 2, 37). Gregorio Magno lo describe como una punzada imprevista que desgarra el alma adormecida y la despierta haciendo que estemos atentos a la realidad esencial, a Dios (cf. Leclercq, ibid., p. 35). Pero también hace que estemos atentos unos a otros. La Palabra no lleva a un camino sólo individual de una inmersión mística, sino que introduce en la comunión con cuantos caminan en la fe. Y por eso hace falta no sólo reflexionar en la Palabra, sino leerla debidamente. Como en la escuela rabínica, también entre los monjes el mismo leer del individuo es simultáneamente un acto corporal. «Sin embargo, si legere y lectio se usan sin un adjetivo calificativo, indican comúnmente una actividad que, como cantar o escribir, afectan a todo el cuerpo y a toda el alma», dice a este respecto Jean Leclercq (ibid., p. 21).
Y aún hay que dar otro paso. La Palabra de Dios nos introduce en el coloquio con Dios. El Dios que habla en la Biblia nos enseña cómo podemos hablar con Él. Especialmente en el Libro de los Salmos nos ofrece las palabras con que podemos dirigirnos a Él, presentarle nuestra vida con sus altibajos en coloquio ante Él, transformando así la misma vida en un movimiento hacia Él. Los Salmos contienen frecuentes instrucciones incluso sobre cómo deben cantarse y acompañarse de instrumentos musicales. Para orar con la Palabra de Dios el sólo pronunciar no es suficiente, se requiere la música. Dos cantos de la liturgia cristiana provienen de textos bíblicos, que los ponen en los labios de los Ángeles: el Gloria, que fue cantado por los Ángeles al nacer Jesús, y el Sanctus, que según Isaías 6 es la aclamación de los Serafines que están junto a Dios. A esta luz, la Liturgia cristiana es invitación a cantar con los Ángeles y dirigir así la palabra a su destino más alto. Escuchemos en ese contexto una vez más a Jean Leclercq: «Los monjes tenían que encontrar melodías que tradujeran en sonidos la adhesión del hombre redimido a los misterios que celebra. Los pocos capiteles de Cluny, que se conservan hasta nuestros días, muestran los símbolos cristológicos de cada uno de los tonos» (cf. Ibid., p. 229).
En San Benito, para la plegaria y para el canto de los monjes, la regla determinante es lo que dice el Salmo: Coram angelis psallam Tibi, Domine –delante de los ángeles tañeré para ti, Señor (cf. 138, 1). Aquí se expresa la conciencia de cantar en la oración comunitaria en presencia de toda la corte celestial y por tanto de estar expuestos al criterio supremo: orar y cantar de modo que se pueda estar unidos con la música de los Espíritus sublimes que eran tenidos como autores de la armonía del cosmos, de la música de las esferas. De ahí se puede entender la seriedad de una meditación de san Bernardo de Claraval, que usa un dicho de tradición platónica transmitido por Agustín para juzgar el canto feo de los monjes, que obviamente para él no era de hecho un pequeño matiz, sin importancia. Califica la confusión de un canto mal hecho como un precipitarse en la «zona de la desemejanza –en la regio dissimilitudinis. Agustín había echado mano de esa expresión de la filosofía platónica para calificar su estado interior antes de la conversión (cf. Confesiones VII, 10.16): el hombre, creado a semejanza de Dios, al abandonarlo se hunde en la «zona de la desemejanza» – en un alejamiento de Dios en el que ya no lo refleja y así se hace desemejante no sólo de Dios, sino también de sí mismo, del verdadero ser hombre. Es ciertamente drástico que Bernardo, para calificar los cantos mal hechos de los monjes, emplee esta expresión, que indica la caída del hombre alejado de sí mismo. Pero demuestra también cómo se toma en serio este asunto. Demuestra que la cultura del canto es también cultura del ser y que los monjes con su plegaria y su canto han de estar a la altura de la Palabra que se les ha confiado, a su exigencia de verdadera belleza. De esa exigencia intrínseca de hablar y cantar a Dios con las palabras dadas por Él mismo nació la gran música occidental. No se trataba de una «creatividad» privada, en la que el individuo se erige un monumento a sí mismo, tomando como criterio esencialmente la representación del propio yo. Se trataba más bien de reconocer atentamente con los «oídos del corazón» las leyes intrínsecas de la música de la creación misma, las formas esenciales de la música puestas por el Creador en su mundo y en el hombre, y encontrar así la música digna de Dios, que al mismo tiempo es verdaderamente digna del hombre e indica de manera pura su dignidad.
Para captar de alguna manera la cultura de la palabra, que en el monaquismo occidental se desarrolló por la búsqueda de Dios, partiendo de dentro, es preciso referirse también, aunque sea brevemente, a la particularidad del Libro o de los Libros en los que esta Palabra ha salido al encuentro de los monjes. La Biblia, vista bajo el aspecto puramente histórico o literario, no es simplemente un libro, sino una colección de textos literarios, cuya redacción duró más de un milenio y en la que cada uno de los libros no es fácilmente reconocible como perteneciente a una unidad interior; en cambio se dan tensiones visibles entre ellos. Esto es verdad ya dentro de la Biblia de Israel, que los cristianos llamamos el Antiguo Testamento. Es más verdad aún cuando nosotros, como cristianos, unimos el Nuevo Testamento y sus escritos, casi como clave hermenéutica, con la Biblia de Israel, interpretándola así como camino hacia Cristo. En el Nuevo Testamento, con razón, la Biblia normalmente no se la califica como “la Escritura”, sino como “las Escrituras”, que sin embargo en su conjunto luego se consideran como la única Palabra de Dios dirigida a nosotros. Pero ya este plural evidencia que aquí la Palabra de Dios nos alcanza sólo a través de la palabra humana, a través de las palabras humanas, es decir que Dios nos habla sólo a través de los hombres, mediante sus palabras y su historia. Esto, a su vez, significa que el aspecto divino de la Palabra y de las palabras no es naturalmente obvio. Dicho con lenguaje moderno: la unidad de los libros bíblicos y el carácter divino de sus palabras no son, desde un punto de vista puramente histórico, asibles. El elemento histórico es la multiplicidad y la humanidad. De ahí se comprende la formulación de un dístico medieval que, a primera vista, parece desconcertante: Littera gesta docet – quid credas allegoria… (cf. Augustinus de Dacia, Rotulus pugillaris, 1). La letra muestra los hechos; lo que tienes que creer lo dice la alegoría, es decir la interpretación cristológica y pneumática.
Todo esto podemos decirlo de manera más sencilla: la Escritura precisa de la interpretación, y precisa de la comunidad en la que se ha formado y en la que es vivida. En ella tiene su unidad y en ella se despliega el sentido que aúna el todo. Dicho todavía de otro modo: existen dimensiones del significado de la Palabra y de las palabras, que se desvelan sólo en la comunión vivida de esta Palabra que crea la historia. Mediante la creciente percepción de las diversas dimensiones del sentido, la Palabra no queda devaluada, sino que aparece incluso con toda su grandeza y dignidad. Por eso el «Catecismo de la Iglesia Católica» con toda razón puede decir que el cristianismo no es simplemente una religión del libro en el sentido clásico (cf. n. 108). El cristianismo capta en las palabras la Palabra, el Logos mismo, que despliega su misterio a través de tal multiplicidad y de la realidad de una historia humana. Esta estructura especial de la Biblia es un desafío siempre nuevo para cada generación. Por su misma naturaleza excluye todo lo que hoy se llama fundamentalismo. La misma Palabra de Dios, de hecho, nunca está presente ya en la simple literalidad del texto. Para alcanzarla se requiere un trascender y un proceso de comprensión, que se deja guiar por el movimiento interior del conjunto y por ello debe convertirse también en un proceso vital. Siempre y sólo en la unidad dinámica del conjunto los muchos libros forman un Libro, la Palabra de Dios y la acción de Dios en el mundo se revelan solamente en la palabra y en la historia humana.
Todo el dramatismo de este tema está iluminado en los escritos de san Pablo. Qué significado tenga el trascender de la letra y su comprensión únicamente a partir del conjunto, lo ha expresado de manera drástica en la frase: «La pura letra mata y, en cambio, el Espíritu da vida» (2 Cor 3, 6). Y también: “Donde hay el Espíritu… hay libertad” (2 Cor 3, 17). La grandeza y la amplitud de tal visión de la Palabra bíblica, sin embargo, sólo se puede comprender si se escucha a Pablo profundamente y se comprende entonces que ese Espíritu liberador tiene un nombre y que la libertad tiene por tanto una medida interior: «El Señor es el Espíritu, y donde hay el Espíritu del Señor hay libertad» (2 Cor 3,17). El Espíritu liberador no es simplemente la propia idea, la visión personal de quien interpreta. El Espíritu es Cristo, y Cristo es el Señor que nos indica el camino. Con la palabra sobre el Espíritu y sobre la libertad se abre un vasto horizonte, pero al mismo tiempo se pone una clara limitación a la arbitrariedad y a la subjetividad, un límite que obliga de manera inequívoca al individuo y a la comunidad y crea un vínculo superior al de la letra: el vínculo del entendimiento y del amor. Esa tensión entre vínculo y libertad, que sobrepasa el problema literario de la interpretación de la Escritura, ha determinado también el pensamiento y la actuación del monaquismo y ha plasmado profundamente la cultura occidental. Esa tensión se presenta de nuevo también a nuestra generación como un reto frente a los extremos de la arbitrariedad subjetiva, por una parte, y del fanatismo fundamentalista, por otra. Sería fatal, si la cultura europea de hoy llegase a entender la libertad sólo como la falta total de vínculos y con esto favoreciese inevitablemente el fanatismo y la arbitrariedad. Falta de vínculos y arbitrariedad no son la libertad, sino su destrucción.
En la consideración sobre la «escuela del servicio divino» –como san Benito llamaba al monaquismo– hemos fijado hasta ahora la atención sólo en su orientación hacia la palabra, en el «ora». Y de hecho de ahí es de donde se determina la dirección del conjunto de la vida monástica. Pero nuestra reflexión quedaría incompleta si no miráramos aunque sea brevemente el segundo componente del monaquismo, el descrito con el «labora». En el mundo griego el trabajo físico se consideraba tarea de siervos. El sabio, el hombre verdaderamente libre se dedicaba únicamente a las cosas espirituales; dejaba el trabajo físico como algo inferior a los hombres incapaces de la existencia superior en el mundo del espíritu. Absolutamente diversa era la tradición judaica: todos los grandes rabinos ejercían al mismo tiempo una profesión artesanal. Pablo que, como rabino y luego como anunciador del Evangelio a los gentiles, era también tejedor de tiendas y se ganaba la vida con el trabajo de sus manos, no constituye una excepción, sino que sigue la común tradición del rabinismo. El monaquismo ha acogido esa tradición; el trabajo manual es parte constitutiva del monaquismo cristiano. San Benito habla en su Regla no propiamente de la escuela, aunque la enseñanza y el aprendizaje –como hemos visto– en ella se daban por descontados. En cambio, en un capítulo de su Regla habla explícitamente del trabajo (cf. cap. 48). Lo mismo hace Agustín que dedicó al trabajo de los monjes todo un libro. Los cristianos, que con esto continuaban la tradición ampliamente practicada por el judaísmo, tenían que sentirse sin embargo cuestionados por la palabra de Jesús en el Evangelio de Juan, con la que defendía su actuar en sábado: «Mi Padre sigue actuando y yo también actúo» (5, 17). El mundo greco-romano no conocía ningún Dios Creador; la divinidad suprema, según su manera de pensar, no podía, por decirlo así, ensuciarse las manos con la creación de la materia. «Construir» el mundo quedaba reservado al demiurgo, una deidad subordinada. Muy distinto el Dios cristiano: Él, el Uno, el verdadero y único Dios, es también el Creador. Dios trabaja; continúa trabajando en y sobre la historia de los hombres. En Cristo entra como Persona en el trabajo fatigoso de la historia. «Mi Padre sigue actuando y yo también actúo». Dios mismo es el Creador del mundo, y la creación todavía no ha concluido. Dios trabaja, ergázetai! Así el trabajo de los hombres tenía que aparecer como una expresión especial de su semejanza con Dios y el hombre, de esta manera, tiene capacidad y puede participar en la obra de Dios en la creación del mundo. Del monaquismo forma parte, junto con la cultura de la palabra, una cultura del trabajo, sin la cual el desarrollo de Europa, su ethos y su formación del mundo son impensables. Ese ethos, sin embargo, tendría que comportar la voluntad de obrar de tal manera que el trabajo y la determinación de la historia por parte del hombre sean un colaborar con el Creador, tomándolo como modelo. Donde ese modelo falta y el hombre se convierte a sí mismo en creador deiforme, la formación del mundo puede fácilmente transformarse en su destrucción.
Comenzamos indicando que, en el resquebrajamiento de las estructuras y seguridades antiguas, la actitud de fondo de los monjes era el quaerere Deum –la búsqueda de Dios. Podríamos decir que ésta es la actitud verdaderamente filosófica: mirar más allá de las cosas penúltimas y lanzarse a la búsqueda de las últimas, las verdaderas. Quien se hacía monje, avanzaba por un camino largo y profundo, pero había encontrado ya la dirección: la Palabra de la Biblia en la que oía que hablaba el mismo Dios. Entonces debía tratar de comprenderle, para poder caminar hacia Él. Así el camino de los monjes, pese a seguir no medible en su extensión, se desarrolla ya dentro de la Palabra acogida. La búsqueda de los monjes, en algunos aspectos, comporta ya en sí mismo un hallazgo. Sucede pues, para que esa búsqueda sea posible, que previamente se da ya un primer movimiento que no sólo suscita la voluntad de buscar, sino que hace incluso creíble que en esa Palabra está escondido el camino –o mejor: que en esa Palabra Dios mismo se hace encontradizo con los hombres y por eso los hombres a través de ella pueden alcanzar a Dios. Con otras palabras: debe darse el anuncio dirigido al hombre creando así en él una convicción que puede transformarse en vida. Para que se abra un camino hacia el corazón de la Palabra bíblica como Palabra de Dios, esa misma Palabra debe antes ser anunciada desde el exterior. La expresión clásica de esa necesidad de la fe cristiana de hacerse comunicable a los otros es una frase de la Primera Carta de Pedro, que en la teología medieval era considerada la razón bíblica para el trabajo de los teólogos: «Estad siempre prontos para dar razón (logos) de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere» (3,15). (El Logos, la razón de la esperanza, debe hacerse apo-logia, debe llegar a ser respuesta). De hecho, los cristianos de la Iglesia naciente no consideraron su anuncio misionero como una propaganda, que debiera servir para que el propio grupo creciera, sino como una necesidad intrínseca derivada de la naturaleza de su fe: el Dios en el que creían era el Dios de todos, el Dios uno y verdadero que se había mostrado en la historia de Israel y finalmente en su Hijo, dando así la respuesta que tenía en cuenta a todos y que, en su intimidad, todos los hombres esperan. La universalidad de Dios y la universalidad de la razón abierta hacia Él constituían para ellos la motivación y también el deber del anuncio. Para ellos la fe no pertenecía a las costumbres culturales, diversas según los pueblos, sino al ámbito de la verdad que igualmente tiene en cuenta a todos.
El esquema fundamental del anuncio cristiano «ad extra» –a los hombres que, con sus preguntas, buscan– se halla en el discurso de san Pablo en el Areópago. Tengamos presente, en ese contexto, que el Areópago no era una especie de academia donde las mentes más ilustradas se reunían para discutir sobre cosas sublimes, sino un tribunal competente en materia de religión y que debía oponerse a la importación de religiones extranjeras. Y precisamente ésta es la acusación contra Pablo: «Parece ser un predicador de divinidades extranjeras» (Hch 17,18). A lo que Pablo replica: «He encontrado entre vosotros un altar en el que está escrito: ‘Al Dios desconocido’. Pues eso que veneráis sin conocerlo, os lo anuncio yo» (cf. 17, 23). Pablo no anuncia dioses desconocidos. Anuncia a Aquel, que los hombres ignoran y, sin embargo, conocen: el Ignoto-Conocido; Aquel que buscan, al que, en lo profundo, conocen y que, sin embargo, es el Ignoto y el Incognoscible. Lo más profundo del pensamiento y del sentimiento humano sabe en cierto modo que Él tiene que existir. Que en el origen de todas las cosas debe estar no la irracionalidad, sino la Razón creativa; no el ciego destino, sino la libertad. Sin embargo, pese a que todos los hombres en cierto modo sabemos esto –como Pablo subraya en la Carta a los Romanos (1, 21)– ese saber permanece irreal: Un Dios sólo pensado e inventado no es un Dios. Si Él no se revela, nosotros no llegamos hasta Él. La novedad del anuncio cristiano es la posibilidad de decir ahora a todos los pueblos: Él se ha revelado. Él personalmente. Y ahora está abierto el camino hacia Él. La novedad del anuncio cristiano no consiste en un pensamiento sino en un hecho: Él se ha mostrado. Pero esto no es un hecho ciego, sino un hecho que, en sí mismo, es Logos –presencia de la Razón eterna en nuestra carne. Verbum caro factum est (Jn 1,14): precisamente así en el hecho ahora está el Logos, el Logos presente en medio de nosotros. El hecho es razonable. Ciertamente hay que contar siempre con la humildad de la razón para poder acogerlo; hay que contar con la humildad del hombre que responde a la humildad de Dios.
Nuestra situación actual, bajo muchos aspectos, es distinta de la que Pablo encontró en Atenas, pero, pese a la diferencia, sin embargo, en muchas cosas es también bastante análoga. Nuestras ciudades ya no están llenas de altares e imágenes de múltiples divinidades. Para muchos, Dios se ha convertido realmente en el gran Desconocido. Pero como entonces tras las numerosas imágenes de los dioses estaba escondida y presente la pregunta acerca del Dios desconocido, también hoy la actual ausencia de Dios está tácitamente inquieta por la pregunta sobre Él. Quaerere Deum –buscar a Dios y dejarse encontrar por Él: esto hoy no es menos necesario que en tiempos pasados. Una cultura meramente positivista que circunscribiera al campo subjetivo como no científica la pregunta sobre Dios, sería la capitulación de la razón, la renuncia a sus posibilidades más elevadas y consiguientemente una ruina del humanismo, cuyas consecuencias no podrían ser más graves. Lo que es la base de la cultura de Europa, la búsqueda de Dios y la disponibilidad para escucharle, sigue siendo aún hoy el fundamento de toda verdadera cultura.

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viernes, 12 de septiembre de 2008

S.S.BENEDICTO XVI EN FRANCIA


S.S.BENEDICTO XVI EN FRANCIA


CARDENAL JORGE MARIO BERGOGLIO S.J.: "EL SACERDOTE DEBE SER UN PASTOR DE PUEBLO Y NO UN CLERIGO DE ESTADO"







Agencia Informativa Católica Argentina
Servicio de Noticias
AICA - BAIRES – Servicio Nacional - Jueves 11 de setiembre de 2008

Cardenal Jorge Mario BergoglioVilla Cura Brochero (Córdoba), 11 Set. 08 (AICA): “Dentro de una comunidad de discípulos y misioneros -dijo al comenzar la exposición-, Aparecida busca lo específico de la espiritualidad sacerdotal en orden a la vida en Jesucristo para nuestros pueblos”. Y subrayó, en referencia a los “desafíos”, que el documento desarrolla, que “lo específico del presbítero ‘está en tensión’. En otras palabras, Aparecida renuncia a una descripción estática de la especificidad presbiteral. Esta existencia tensionada excluye desde el vamos cualquier concepción del presbiterado como “carrera eclesiástica” con sus pautas de progreso, escalafón, retribuciones etc”. Explicó que “sobre este trasfondo define la identidad del presbítero respecto a la comunidad con dos rasgos. En primer lugar como don en contraposición a delegado o representante. En segundo lugar destaca la fidelidad en la invitación del Maestro contraponiéndola a la gestión”. Tras afirmar que el presbítero “pertenece al pueblo de Dios, del que fue sacado y al que es enviado y del que forma parte”, señaló: “Lo que en definitiva le confiere identidad al presbítero es su pertenencia al pueblo de Dios concreto, y lo que le quita o confunde su identidad es precisamente el aislamiento de su conciencia respecto de ese pueblo y su pertenencia a cualquier convocatoria de tipo gnóstico o abstracto, es decir la tentación de ser cristiano sin Iglesia”. También se refirió a la característica de los presbíteros como “servidores y llenos de misericordia” y sostuvo que “la actitud de servicio es una de las características que Aparecida pide a los sacerdotes. Nace de la doble dimensión de discípulos enamorados y ardorosos misioneros, y -de manera especial- se subraya para con los más débiles y necesitados”. Agregó que “junto a este acercarse a y comprometerse con los pobres en todas las periferias de la existencia, Aparecida señala la experiencia espiritual de la misericordia como necesaria en el presbítero”. El cardenal se detuvo luego en la “conciencia de pecador”, de la cual advirtió que “es fundamental en el discípulo y más si es presbítero”, porque “nos salva de ese peligroso deslizarse hacia una habitual (y hasta diría normal) situación de pecado, aceptada, acomodada al ambiente, que no es otra cosa sino corrupción. Presbítero pecador sí, corrupto no”. Consideró que la postura del sacerdote en el sacramento de la Reconciliación y en general ante la persona pecadora debe ser la de “entrañas de misericordia”: “Suele suceder que muchas veces nuestros fieles, en la confesión, se encuentran con sacerdotes laxistas o sacerdotes rigoristas. Ninguno de los dos logra ser testigo del amor de misericordia que nos enseñó y nos pide el Señor porque ninguno de los dos se hace cargo de la persona; ambos –elegantemente- se los sacan de encima. El rigorista lo remite a la frialdad de la ley, el laxista no lo toma en serio y procura adormecer la conciencia de pecado. Sólo el misericordioso se hace cargo de la persona, se le hace prójimo, cercano, y lo acompaña en el camino de la reconciliación. Los otros no saben de projimidad y prefieren sacarle el cuerpo a la situación, como lo hicieron el sacerdote y el levita con el apaleado por los ladrones en el camino de Jerusalén a Jericó”. El purpurado porteño destacó también la cualidad de los sacerdotes “enamorados del Señor”. Según Aparecida, la imagen del Buen Pastor suponía “dos dimensiones: una ad intra, la de los discípulos enamorados del Señor y otra ad extra, la de ardorosos misioneros. Si bien ambas van juntas, desde el punto de vista lógico la dimensión misionera nace de la experiencia interior del amor a Jesucristo”. Por último, al hablar de “desafíos al presbítero” y los “reclamos del pueblo de Dios”, el cardenal Bergoglio enumeró “situaciones que afectan y desafían la vida y el ministerio de nuestros presbíteros” que menciona el documento de Aparecida, entre otras, “la identidad teológica del ministerio presbiteral, su inserción en la cultura actual y situaciones que inciden en su existencia”. Pero se detuvo en “los reclamos del pueblo de Dios a sus presbíteros”, detrás de los cuales “está el ansia implícita que tiene nuestro pueblo fiel: nos quiere pastores de pueblo y no clérigos de Estado, funcionarios. Hombres que no se olviden que los sacaron de ‘detrás del rebaño’, que no se olviden ‘de su madre y de su abuela’, que se defiendan de la herrumbre de la ‘mundanidad espiritual’ que constituye ‘el mayor peligro, la tentación más pérfida, la que siempre renace –insidiosamente- cuando todas las demás han sido vencidas y cobra nuevo vigor con estas mismas victorias...’” “El pueblo fiel de Dios, al que pertenecemos, del que nos sacaron y al que nos enviaron tiene un especial olfato originado en el ‘sensus fidei’ para detectar cuándo un pastor de pueblo se va convirtiendo en clérigo de Estado, en funcionario. No es lo mismo que el caso del presbítero pecador: todos lo somos y seguimos en el rebaño. En cambio el presbítero mundano entra en un proceso distinto, un proceso –permítaseme la palabra- de corrupción espiritual que atenta contra su misma naturaleza de pastor, lo desnaturaliza, y le da un status diferenciado del santo pueblo de Dios”, añadió para finalmente asegurar: “Aparecida en todo su mensaje a los presbíteros, apunta a esa identidad genuina de ‘pastor de pueblo’ y no a la adulterada de ‘clérigo de Estado’”.+Texto completo del mensaje
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S.S. BENEDICTO XVI: "REFLEXIONAR SOBRE EL SIGNIFICADO AUTENTICO DE LA LAICIDAD"


CIUDAD DEL VATICANO, 12 SEP 2008 (VIS).-El Papa partió a las 9,20 del aeropuerto romano de Fiumicino y tras dos horas de vuelo aterrizó en el aeropuerto de París-Orly, comenzando de este modo su décimo viaje apostólico internacional y el primero a Francia.
El Santo Padre fue acogido en la escalerilla del avión por el presidente de la República francesa, Nicolas Sarkozy. Tras saludar al cardenal André Vingt-Trois, arzobispo de París y a algunas autoridades civiles y religiosas, se trasladó en automóvil a la nunciatura apostólica. Desde allí se dirigió unos minutos más tarde al Palacio del Elíseo, donde a las 12,30 realizó una visita de cortesía al presidente de la República.
Terminado el coloquio privado entre el Papa y Sarkozy, tuvo lugar el encuentro con las autoridades del Estado. Después de las palabras del presidente francés, Benedicto XVI pronunció el primer discurso de su viaje.
El Papa recordó al inicio de su discurso que el motivo principal de este viaje es “la celebración del 150 aniversario de las apariciones de la Virgen María en Lourdes”.
Refiriéndose a lo que el presidente Sarkozy afirmó durante su visita a Roma en diciembre de 2007, que “las raíces de Francia -como las de Europa- son cristianas”, el Santo Padre dijo: “Basta la historia para demostrarlo; desde sus orígenes, su país ha recibido el mensaje del Evangelio”. En este contexto recordó la fundación de muchas congregaciones religiosas para ayudar a los más necesitados, así como las miles de iglesias, abadías y catedrales de esta tierra.
“La Iglesia en Francia -continuó- goza actualmente de un régimen de libertad. La desconfianza del pasado se ha transformado paulatinamente en un diálogo sereno y positivo, que se consolida cada vez más. Existe un nuevo instrumento de diálogo desde 2002 -dijo- y tengo una gran confianza en su trabajo porque la buena voluntad es recíproca”.
“En este momento histórico en que las culturas se entrecruzan cada vez más, estoy profundamente convencido -aseguró- de que es cada vez más necesaria una nueva reflexión sobre el significado auténtico y sobre la importancia de la laicidad. Es fundamental, por una parte, insistir en la distinción entre el ámbito político y religioso para tutelar tanto la libertad religiosa de los ciudadanos como la responsabilidad del Estado hacia ellos, y por otra parte, adquirir una conciencia más clara de las funciones insustituibles de la religión para la formación de las conciencias y de la contribución que puede aportar, junto a otras instancias, para la creación de un consenso ético fundamental en la sociedad”.
Tras poner de relieve que los jóvenes son su “mayor preocupación”, Benedicto XVI dijo que muchos de ellos “han perdido su referencia en la vida familiar” y otros se hallan “marginados y a menudo abandonados a sí mismos, son frágiles y tienen que hacer frente solos a una realidad que les sobrepasa”.
Por eso, añadió, “hay que ofrecerles un buen marco educativo y animarlos a respetar y ayudar a los otros, para que lleguen serenamente a la edad de la responsabilidad. La Iglesia puede aportar en este campo una contribución específica. La situación social de occidente, por desgracia marcada por un avance solapado de la distancia entre ricos y pobres, también me preocupa. Estoy seguro que es posible encontrar soluciones justas que, sobrepasando la inmediata ayuda necesaria, vayan al corazón de los problemas, para proteger a los débiles y fomentar su dignidad”.
El Papa manifestó su preocupación por “el estado de nuestro planeta”. En este sentido señaló la necesidad de “aprender a respetarlo y protegerlo mejor. Me parece que ha llegado el momento de hacer propuestas más constructivas para garantizar el bienestar de las generaciones futuras”.
“El ejercicio de la Presidencia de la Unión Europea supone para su país -afirmó- una ocasión para dar testimonio del compromiso de Francia, según su noble tradición, con los derechos humanos y su promoción para el bien de la persona y de la sociedad. Cuando el ciudadano europeo llegue a experimentar personalmente que los derechos inalienables del ser humano, desde su concepción hasta su muerte natural, así como los concernientes a su educación libre, su vida familiar, su trabajo, sin olvidar naturalmente sus derechos religiosos, cuando este ciudadano europeo, por tanto, entienda que estos derechos, que constituyen una unidad indisociable, son promovidos y respetados, entonces comprenderá plenamente la grandeza de la construcción de la Unión y llegará a ser un artífice activo”.
El Santo Padre señaló que “frente al peligro del resurgir de antiguos recelos, tensiones y contraposiciones entre las Naciones, de las que hoy somos testigos preocupados, Francia, históricamente sensible a la reconciliación entre los pueblos, está llamada a ayudar a Europa a construir la paz dentro de sus fronteras y en el mundo entero. A este respecto, es importante promover una unidad que no puede ni quiere transformarse en uniformidad, sino que sea capaz de garantizar el respeto de las diferencias nacionales y de las tradiciones culturales, que constituyen una riqueza en la sinfonía europea, recordando, por otra parte, que “la propia identidad nacional no se realiza sino es en apertura con los demás pueblos y por la solidaridad con ellos”. Confío en que vuestro país contribuya cada vez más al progreso de este siglo a la serenidad, la armonía y la paz”.
Concluido el encuentro, el Papa se trasladó a la nunciatura apostólica, donde almorzó en privado.

A las 17,00 de hoy, el Santo Padre participará en un breve acto en la nunciatura apostólica con representantes de la comunidad judía y a continuación se dirigirá al Colegio de los Bernardinos, recientemente abierto al público tras su restauración, donde está previsto el encuentro con el mundo de la cultura.

PV-FRANCIA/LLEGADA/PARIS VIS 080912 (950)



SABADO Y DOMINGO: SERVICIOS ESPECIALES SOBRE EL VIAJE



CIUDAD DEL VATICANO, 12 SEP 2008 (VIS).-El Vatican Information Service transmitirá el sábado 13 y el domingo 14 de septiembre dos servicios especiales con motivo del viaje apostólico de Benedicto XVI a Francia.
VIS 080912 (30)


Encontrará más información en: www.vatican.va
El VIS se envía sólo a las direcciones que han confirmado su solicitud. Para cambios de dirección, cancelaciones y otras opciones pulse aquí.
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